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Hay cosas que se saben... pero no se hablan!
En mi teoría poco romántica del compromiso matrimonial urgaba recientemente entre mis escritos, contemplando a mi paso la intrigante e inquisidora versión de un tipo de amante. Como lo describiera recientemente, la categoría más especial es la de afinidad profesional, caracterizada por ser la más sutil, interesante y peligrosa. Hoy entiendo que me quedé corta en definirla, y creo que hay que hacerle el honor de explorarla con más detenimiento…
Debo empezar diciendo que en este tipo de complicaciones interpersonales muy pocas veces se habla claro, y las ‘señales’ se dejan mucho al instinto y a la imaginación, corriendo el peligro de ser mal interpretadas. Aunque para ser sincera, dudo mucho que en estos casos se presten las malinterpretaciones, pues estamos hablando de dos sujetos –por premisa- con una mente madura, desarrollada, y con experiencia. Ese bagage que concentra a estos personajes suele ser el punto detonante de una confrontanción sin caras, sin palabras, sin diálogo abierto, pero con muchos sentidos.
Anteriormente había descrito que esta interacción casi siempre se da en un ambiente laboral cuyo perfil profesional es muy elevado en ambos, y es precisamente ese perfil que regularmente los aúna. Dos personas con ambiciones de carrera, con títulos que le solventen, con experiencias de vida enriquecidas por la diversidad… y que se sienten peligrosamente atraídas por un no-sé-qué de conversaciones, papeles, ideas, controversias, escritorios, secretarias, extensiones telefónicas… y un intenso y exquisito sentido de discreción, de intimidad, de miradas silenciosas, de reuniones, de abrazos de saludo y manos de despedida…
En mi lado más idóneo de conceptos de pareja siempre he dicho que para una relación mantenerse bien hay dos elementos indispensables: admiración y respeto. Un individuo puede tenerle respeto a su pareja y jamás serle infiel, pero si no la admira no se sentirá satisfecho, y menos conforme con lo que tiene. Lo mismo pasa con el caso inverso, si alguien le tiene admiración a la persona con quien comparte su vida, pero no la respeta, es una relación destinada al fracaso. Y de ahí viene la razón por la que justifico mi expresión “peligrosamente atraídas”: estos dos profesionales pueden evitar ‘daños a terceros’, mas están deliciosamente envueltos en una admiración profunda, inevitable, contagiosa, energética.
¿Entonces? Bueno, aquí la matemática no tiene números tan concretos… dos más dos puede dar tres, o puede dar cinco, pues sucumbir ante la tentación tiene los mismos balances naturales que titubear ante ella. A fin de cuentas, es un cargo de conciencia si caemos, y una verdadera tortura si nos quedamos con el pendiente del “cómo sería con…”. Como siempre he dicho, en estas cuestiones los colores son deliveradamente multiplicables, y ninguno tiene tonalidad negra o blanca, ni sus derivaciones. Ahora, siendo justa con las circunstancias, ¿por qué no les dejamos esa matemática a los ingenieros?
Escrito antes de celebrar.
Enero 2009