lunes, 9 de febrero de 2009

Presagio de una pesadilla…


Hace un año que inició esta travesía que hoy me lleva a desahogar en esta serie de escritos los sentimientos encontrados que estas fechas me provocan, donde los paralelos de la vida se cruzaron, y la mía se vio en un hilo.
Wk.
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Parte I
Llevaba medias de lana hasta la parte superior de la pantorrilla, guantes de cuero negro, botas cubiertas de piel en su interior, traje negro de oficina a rayas crema y un suéter cuello tortuga. El coat negro, la bufanda crema y la boina reposaban en el asiento de al lado. Había abandonado la I90 hacía menos de un minuto y tenía a mi madre en línea. Ambas llevábamos un buen rato coordinando la compra del vuelo que me permitiría reencontrarme con los míos tras dos años de ausencia.

Según ella ésta sería la oportunidad perfecta para rehacer los instintos de la tradición cultural femenina de abnegación marital. Sería el momento de llamar a su escuadrón de rezos e influencias eclesiales para hacerme entrar en razón… pero la vida da vueltas, y la mía tomaría un giro peligrosamente fuerte.

Cuando terminé la llamada tomé una bocanada del denso aire inexistente del interior de mi carro, y contemplé la escena que llevaba ya varias semanas observando: edificios de apartamentos a la derecha, el lago cuya capa superior era puro hielo hacia la izquierda, y la estrecha vía repleta del tráfico de la hora de oficina. Me detuve en un semáforo e intenté inútilmente serenarme, ver a mi alrededor y dedicarle un pensamiento positivo al inicio de mi largo día. No hubo forma, las esperanzas se agotaban.

Rompí en llanto abrazada al guía, me asfixié y sentí cómo profunda, lenta y dolorosamente la daga se resarcía en mis adentros; la misma que llevaba dos meses presionando mi alma. Me contuve al entrar al parqueo del campus y saludé a la patrulla policial como de costumbre. Ubiqué un espacio vacío al final de la cuesta y me estacioné entre la montaña de nieve, arena y lodo, como siempre.

Al entrar a la salita de recepción de la oficina hice el mayor de mis esfuerzos de sonreír, y la opresión en el pecho casi me vencía. Quería que alguien me explicara cómo era posible que el alma de una persona pudiera sentir tanta aflicción y que el mundo no lo escuchara, donde mi silencio y profesionalismo eran transparentes, mientras por dentro gemía, me sacudía, gritaba, me estremecía cual feto en pleno proceso abortivo. Sentí que me desgarraba… la sensación era insoportable, compleja, inevitable.

Tras mi update semanal con mi supervisora, una reunión de equipo sobre el proyecto en camino, y tres citas estudiantiles el día había seguido su curso, avanzaba, tal como lo hacen los barcos en altamar, no importa cuán agitada esté la marea. Haría dos llamadas más al país en las próximas horas, ambas para escuchar a Usk, para saber de ella y dejarla saber de mi, para decirle sencillamente que extrañaba estar entre ellas, las mujeres.

Supongo que el fondo de mi ser deseaba que ese día fuese tan sólo una pesadilla, y que como en las caricaturas alguien me despertara, me tocara el hombro y me dijera “Ya Wendy, estabas dormida…”, pero no pasó, ni pasaría en muchos, muchos meses. Éste era sólo el principio de una pesadilla que me mantendría dormida en el letargo de la tristeza por semanas y que desembocaría una serie de episodios de vida hasta hoy irrecordables.

El viaje a SC me tomó alrededor de una hora y quince minutos, nada fuera de lo habitual a esa hora. Eran casi las cuatro de la tarde, debía estar en Locklin Hall a las cinco para una revisión de tesis, y tenía clases a las seis y media, qué día! Al entrar al parqueo nueve de commuting students vi nuevamente la nieve apilada a los laterales, la arena, lo asqueroso de vivir en ese Estado en pleno febrero y una semana después de una nevada de varias pulgadas. Respiré hondo, tomé mis cosas y me aparté del vehículo a prisa para evitar el viento helado que atravesaba el campus. La temperatura debía estar en unos 18 grados, y se esperaba que bajara entre 8 y 5 para mi hora de salida.

Cuando entré en el edificio 19 eran casi las diez de la noche, estaba agotada, me dolía mucho la espalda y mis emociones se habían adormecido de tanto ajetreo. Él dormía, o fingía dormir, qué más daba. Saludé por cortesía y no entendí que sería la primera de muchas noches en que repetiría aquel ritual, y que anoche tras noche éste se convertiría en un trago más amargo con el paso del tiempo.

Días después me engañaría por segunda o tercera vez de que era un buen pretexto para volverlo a intentar, para escarbar entre mis sentimientos a ver si encontraba algo bueno, de buscar y rebuscar en mis pensamientos a ver si lo comprendía, de huirle a mis recuerdos para perdonar sus imprudencias, de creer, de creer en la maldición en que se había convertido mi decisión de estar ahí… Era la fecha del 14, y ambos nos esmeramos en ser dadivosos, fue bonito, debió haberlo sido, pues ninguno de los dos recordaría nada bueno del otro en los meses siguientes, y éste permanecería como el último buen recuerdo.

Tres días pasados el 14 empezarían los síntomas, el cuerpo resentiría el clima y yo no estaría lo suficientemente fuerte como para resistirlo. Era el presagio de vivir mi peor pesadilla en carne viva…
Escrito al conteo de días, hacia un año.
Febrero 8, 2009.

2 comments:

antonio on 15 de febrero de 2009, 7:57 a. m. dijo...

Dificil apuesta pero muy interesane.
Te veré por aqui si me dejas claro
besitos.
Gracias

K|isha on 15 de febrero de 2009, 1:00 p. m. dijo...

Muchas Gracias Antonio!
Qué grata sorpresa tenerte de visita por aquí. Entré en tu blog, y me sorprendió sobremanera la similutud de nuestro uso literario.
Sigamos en contacto, ¿si?

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